Todos sabemos que Dios Hijo se hizo hombre y tomó la naturaleza humana debilitada del hombre, y venció dependiendo diariamente de su Padre Celestial.
Pero quiero traer una cita del espíritu de profecía para evitar insinuar sin querer o por la razón que sea, de que Jesús tenía alguna inclinación a algo malo, porque estamos hablando de su carácter, y no quiero errar en ese punto. Jesús no vino a la existencia en este mundo por primera vez, en términos de que no existía y dio principio su existencia como nosotros que no existiamos antes. Eso lo entenderán cuando lean la cita. No se está hablando de ventajas por ser una Persona Divina, se está hablando del carácter del Hijo de Dios.
Hay una línea bien finita entre lo que estoy presentando y lo que otros quieren hacer ver, que es otra cosa, como que por ser Dios venció y que tenía ventajas, y que supuestamente no se puede vencer, etc.
En mi caso, no me gusta usar mis propias palabras, y prefiero dejar el escrito está; no tienen que aceptar mi explicación anterior.
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Citas del espíritu de profecía como está en el Comentario Bíblico ASD 7-A, dentro del Capítulo 1 de Juan:
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1-3, 14 (Fil. 2: 5-8; Col. 2: 9; Heb. 1: 6, 8; 2: 14-17; ver EGW com. Mar. 16: 6). Salvador divino-humano.-
El apóstol quiere que nuestra atención se aparte de nosotros mismos y se enfoque en el Autor de nuestra salvación. Nos presenta las dos naturalezas de Cristo: la divina y la humana. Esta es la descripción de la divina: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. El era “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia”.
Ahora la [naturaleza] humana: “Hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte”. Voluntariamente tomó la naturaleza humana. Fue un acto suyo y por su propio consentimiento. Revistió su divinidad con humanidad. El había sido siempre como Dios, pero no apareció como Dios. Veló las manifestaciones de la Deidad que habían producido el homenaje y originado la admiración del universo de Dios. Fue Dios mientras estuvo en la tierra, pero se despojó de la forma de Dios y en su lugar tomó la forma y la figura de un hombre. Anduvo en la tierra como un hombre. Por causa de nosotros se hizo pobre, para que por su pobreza pudiéramos ser enriquecidos. Puso a un lado su gloria y su majestad. Era Dios, pero por un tiempo se despojó de las glorias de la forma de Dios. Aunque anduvo como pobre entre los hombres, repartiendo sus bendiciones por dondequiera que iba, a su orden legiones de ángeles habrían rodeado a su Redentor y le hubieran rendido homenaje. Pero anduvo por la tierra sin ser reconocido, sin ser confesado por sus criaturas, salvo pocas excepciones. La atmósfera estaba contaminada con pecados y maldiciones en lugar de himnos de alabanza. La parte de Cristo fue pobreza y humillación. Mientras iba de un lado a otro cumpliendo su misión de misericordia para aliviar a los enfermos, para reanimar a los deprimidos, apenas si una voz solitaria lo llamó bendito, y los más encumbrados de la nación lo pasaron por alto con desprecio.
Esto contrasta con las riquezas de gloria, con el caudal de alabanza que fluye de lenguas inmortales, con los millones de preciosas voces del universo de Dios en himnos de adoración. Pero Cristo se humilló a sí mismo, y tomó sobre sí la mortalidad. Como miembro de la familia humana, era mortal; pero como Dios era la fuente de vida para el mundo. En su persona divina podría haber resistido siempre los ataques de la muerte y haberse negado a ponerse bajo el dominio de ella. Sin embargo, voluntariamente entregó su vida para poder dar vida y sacar a la luz la inmortalidad. Llevó los pecados del mundo y sufrió el castigo que se acumuló como una montaña sobre su alma divina. Entregó su vida como sacrificio para que el hombre no muriera eternamente. No murió porque estuviese obligado a morir, sino por su propio libre albedrío. Esto era humildad. Todo el tesoro del cielo fue derramado en una dádiva para salvar al hombre caído. Cristo reunió en su naturaleza humana todas las energías vitalizantes que los seres humanos necesitan y deben recibir.
¡Admirable combinación de hombre y Dios! Cristo podría haber ayudado su naturaleza humana para que resistiera a las incursiones de la enfermedad derramando en su naturaleza humana vitalidad y perdurable vigor de su naturaleza divina. Pero se rebajó hasta [el nivel de] la naturaleza humana. Lo hizo para que se pudieran cumplir las Escrituras; y el Hijo de Dios se amoldó a ese plan aunque conocía todos los pasos que había en su humillación, los cuales debía descender para expiar los pecados de un mundo que, condenado, gemía. ¡Qué humildad fue esta! Maravilló a los ángeles. ¡La lengua humana nunca podrá describirla; la imaginación no puede comprenderla! ¡El Verbo eterno consintió en hacerse carne! ¡Dios se hizo hombre! ¡Fue una humildad maravillosa!
Pero aún descendió más. El hombre [Jesús] debía humillarse como un hombre que soporta insultos, reproches, vergonzosas acusaciones y ultrajes. Parecía no haber lugar para él en su propio territorio. Tuvo que huir de un lugar a otro para salvar su vida. Fue traicionado por uno de sus discípulos; fue negado por uno de sus más celosos seguidores; se mofaron de él. Fue coronado con una corona de espinas; fue azotado; fue obligado a llevar la carga de la cruz. No era insensible a este desprecio y a esta ignominia. Se sometió, pero ¡ay! sintió la amargura como ningún otro ser podía sentirla. Era puro, santo e incontaminado, ¡y sin embargo fue procesado criminalmente como un delincuente! El adorable Redentor descendió desde la más elevada exaltación. Paso a paso se humilló hasta la muerte, ¡pero qué muerte! Era la más vergonzosa, la más cruel: la muerte en la (1102) cruz como un malhechor. No murió como un héroe ante los ojos del mundo, lleno de honores como los que mueren en la batalla. ¡Murió como un criminal condenado, suspendido entre los cielos y la tierra; murió tras una lenta agonía de vergüenza, expuesto a los vituperios y afrentas de una multitud relajada, envilecida y cargada de crímenes! “Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza” (Sal. 22: 7). Fue contado entre los transgresores. Expiró en medio de burlas, y renegaron de él sus parientes según la carne. Su madre contempló su humillación, y se vio forzado a ver la espada que atravesaba el corazón de ella. Soportó la cruz menospreciando la vergüenza. Pero lo tuvo en poco pues pensaba en los resultados que buscaba no sólo en favor de los habitantes de este pequeño mundo, sino de todo el universo, de cada mundo que Dios había creado.
Cristo tenía que morir como sustituto del hombre. El hombre era un criminal condenado a muerte por la transgresión de la ley de Dios, un traidor, un rebelde. Por lo tanto, el Sustituto del hombre debía morir como un malhechor, porque Cristo estuvo en el lugar de los traidores, con todos los pecados acumulados por ellos sobre su alma divina. No era suficiente que Jesús muriera para satisfacer completamente las demandas de la ley quebrantada, sino que murió una muerte oprobiosa. El profeta presenta al mundo las palabras de Cristo: “No escondí mi rostro de injurias y esputos”.
Teniendo en cuenta todo esto, ¿pueden albergar los hombres una partícula de exaltación propia? Mientras reconstruyen la vida, los sufrimientos y la humillación de Cristo, ¿pueden levantar la orgullosa cabeza como si no tuvieran que soportar pruebas, vergüenza o humillación? Digo a los seguidores de Cristo: mirad el Calvario y sonrojaos de vergüenza por vuestras ideas arrogantes. Toda esta humillación de la Majestad del cielo fue por causa del hombre culpable y condenado. Cristo descendió más y más en su humillación, hasta que no hubo profundidades más hondas donde pudiera llegar para elevar al hombre sacándolo de su contaminación moral. Todo esto fue por vosotros que lucháis por la supremacía, por el orgullo, por el ensalzamiento humano; que teméis no recibir toda esa deferencia, ese respeto del concepto de los humanos, que pensáis que os corresponde. ¿Es esto parecerse a Cristo?
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Murió en expiación y para convertirse en modelo de todo el que desee ser su discípulo. ¿Albergaréis egoísmo en vuestro corazón? ¿Y ensalzarán vuestros méritos los que no tienen delante de ellos a Jesús como modelo? No tenéis mérito alguno, salvo los que recibáis mediante Jesucristo. ¿Albergaréis orgullo después de haber contemplado a la Deidad que se humillaba, y que después se rebajó como hombre hasta que no hubo nada más bajo a lo cual pudiera descender? “Espantaos, cielos”, y asombraos, vosotros habitantes de la tierra, ¡porque así se recompensará a nuestro Señor! ¡Qué desprecio! ¡Qué maldad! ¡Qué formalismo! ¡Qué orgullo! ¡Qué esfuerzos hechos para ensalzar al hombre y glorificar al yo, cuando el Señor de la gloria se humilló a sí mismo, y por nosotros agonizó y murió una muerte oprobiosa en la cruz! (RH 4-9-1900).
Cristo no podría haber venido a la tierra con la gloria que tenía en los atrios celestiales. Los seres humanos pecadores no podrían haber soportado el espectáculo. El veló su divinidad con la vestidura de la humanidad; pero no se desprendió de su divinidad. Como Salvador divino-humano vino para estar a la cabeza de la raza caída, a compartir sus experiencias desde su niñez hasta la virilidad (RH 15-6-1905).
Cristo no había cambiado su divinidad por humanidad; sino que revistió su divinidad con humanidad (RH 29-10 1895).
(Cap. 14: 30; Luc. 1: 31-35; 1 Cor. 15: 22, 45; Heb. 4: 15).-
Sed cuidadosos, sumamente cuidadosos en la forma en que os ocupáis de la naturaleza de Cristo. No lo presentéis ante la gente como un hombre con tendencias al pecado. El es el segundo Adán. El primer Adán fue creado como un ser puro y sin pecado, sin una mancha de pecado sobre él; era la imagen de Dios. Podía caer, y cayó por la transgresión. Por causa del pecado su posteridad nació con tendencias inherentes a la desobediencia. Pero Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó sobre sí la naturaleza humana, y fue tentado en todo sentido como es tentada la naturaleza humana. Podría haber pecado; podría haber caído, pero en ningún momento hubo en él tendencia alguna al mal. Fue asediado por las tentaciones en el desierto como lo fue Adán por las tentaciones en el Edén. Evitad toda cuestión que se relacione con la humanidad de Cristo que pueda ser mal interpretada. La verdad y la suposición tienen no pocas similitudes. Al tratar de la humanidad de Cristo necesitáis ser sumamente cuidadosos en cada afirmación, para que vuestras palabras no sean interpretadas haciéndoles decir más de lo que dicen, y así perdáis u oscurezcáis la clara percepción de la humanidad de Cristo combinada con su divinidad. Su nacimiento fue un milagro de Dios, pues el ángel dijo: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESUS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”.
Estas palabras no se refieren a ningún ser humano, excepto al Hijo del Dios infinito. Nunca dejéis, en forma alguna, la más leve impresión en las mentes humanas de que una mancha de corrupción o una inclinación hacia ella descansó sobre Cristo, o que en alguna manera se rindió a la corrupción. Fue tentado en todo como el hombre es tentado, y sin embargo él es llamado “el Santo Ser”. Que Cristo pudiera ser tentado en todo como lo somos nosotros y sin embargo fuera sin pecado, es un misterio que no ha sido explicado a los mortales. La encarnación de Cristo siempre ha sido un misterio, y siempre seguirá siéndolo. Lo que se ha revelado es para nosotros y para nuestros hijos; pero que cada ser humano permanezca en guardia para que no haga a Cristo completamente humano, como uno de nosotros, porque esto no puede ser. No es necesario que sepamos el momento exacto cuando la humanidad se combinó con la divinidad. Debemos mantener nuestros pies sobre la Roca Cristo Jesús, como Dios revelado en humanidad.
Percibo que hay peligro en tratar temas que se refieren a la humanidad del Hijo del Dios infinito. El se humilló cuando vio que estaba en forma de hombre para poder comprender la fuerza de todas las tentaciones que acosan al hombre.
El primer Adán cayó; el segundo Adán se aferró a Dios y a su Palabra bajo las circunstancias más angustiosas, y no vaciló ni por un momento su fe en la bondad, la misericordia y el amor de su Padre. “Escrito está” fue su arma de resistencia, y esta es la espada del Espíritu que debe usar todo ser humano. “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí”: nada que responda a la tentación. En ninguna ocasión hubo una respuesta a las muchas tentaciones de Satanás. Cristo no pisó ni una vez el terreno de Satanás para darle ventaja alguna. Satanás no halló en él nada que lo animara a avanzar (Carta 8, 1895).
(Mat. 27: 54; 1 Tim. 3: 16).-
Pero aunque la gloria divina de Cristo estuvo por un tiempo velada y eclipsada porque él asumió la naturaleza humana, sin embargo no cesó de ser Dios cuando se hizo hombre. Lo humano no tomó el lugar de lo divino, ni lo divino de lo humano. Este es el misterio de la piedad. Las dos expresiones -“humano” y “divino”- eran estrecha e inseparablemente una en Cristo, y sin embargo tenían una individualidad diferente. Aunque Cristo se humilló a sí mismo para hacerse hombre, la Deidad aún le pertenecía. Su Deidad no podía perderse mientras permaneciera fiel y constante en su lealtad. Aunque rodeado de dolor, sufrimiento y corrupción moral, despreciado y rechazado por el pueblo a quien habían sido confiados los oráculos del cielo, Jesús aún podía hablar de sí mismo como el Hijo del hombre en el cielo. Estuvo listo para tomar una vez más su gloria divina cuando terminó su obra en la tierra. Hubo ocasiones cuando Jesús, estando en carne humana, se manifestó como el Hijo de Dios. La divinidad fulguró a través de la humanidad, y fue vista por los sacerdotes y magistrados que se burlaban. ¿Fue reconocida? Algunos reconocieron que él era el Cristo, pero la mayor parte de aquellos que en esas ocasiones fueron obligados a ver que era el Hijo de Dios, se negaron a recibirlo. Su ceguera correspondió con su firme resolución de no dejarse convencer.
Cuando fulguraba la gloria interna de Cristo, era demasiado intensa para que su humanidad pura y perfecta la ocultara enteramente. Los escribas y los fariseos no reconocían con sus palabras a Cristo, pero su odio y enemistad quedaban frustrados cuando resplandecía la majestad de Jesús. La verdad, oscurecida como estaba por un velo de humillación, hablaba a cada corazón con (1104) inconfundible evidencia. Esto produjo las palabras de Cristo: “Vosotros sabéis quién soy”. Su refulgente gloria persuadió a los hombres y a los demonios a confesar: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”. Así se reveló Dios; así fue glorificado Cristo (ST 10-5-1899).
Cristo dejó su lugar en las cortes celestiales y vino a esta tierra a vivir la vida de los seres humanos. Hizo este sacrificio para mostrar que es falsa la acusación de Satanás contra Dios: esto es, que es posible que el hombre obedezca las leyes del reino de Dios. Cristo, siendo igual con el Padre, honrado y adorado por los ángeles, se humilló por nosotros y vino a esta tierra a vivir una vida de humildad y pobreza: vino a ser un varón de dolores, experimentado en quebranto. Sin embargo, el sello de la divinidad estaba sobre su humanidad. Vino como un Maestro divino para elevar a los seres humanos, para aumentar su eficiencia física, mental y espiritual.
No hay nadie que pueda explicar el misterio de la encarnación de Cristo. Con todo, sabemos que vino a esta tierra y vivió como un hombre entre los hombres. El hombre Cristo Jesús no era el Señor Dios Todopoderoso, sin embargo Cristo y el Padre son uno. La Deidad no desapareció bajo la angustiosa tortura del Calvario, sin embargo no es menos cierto que “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Satanás procuró evitar, en todas las formas posibles, que Jesús se desarrollara dentro de una niñez perfecta, una edad viril intachable, un santo ministerio y un sacrificio inmaculado; pero fue derrotado. No pudo inducir a Cristo a que pecara. No pudo desanimarlo ni apartarlo de la obra que había venido a hacer en esta tierra. La tormenta de la ira de Satanás lo azotó desde el desierto hasta el Calvario; pero cuanto más implacable era tanto más firmemente se aferró el Hijo de Dios de la mano de su Padre, y avanzó por el ensangrentado sendero (MS 140, 1903).
Cuando Jesús tomó la naturaleza humana y se convirtió en semejanza de hombre, poseía el organismo humano completo. Sus necesidades eran las necesidades de un hombre. Tenía necesidades corporales que satisfacer, cansancio físico que aliviar. Por medio de oraciones al Padre se fortalecía para el deber y la prueba (Carta 32, 1899).
4 (cap. 10: 18; 17: 3). La vida de Cristo no era prestada.-
“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Aquí no se especifica la vida física, sino la vida eterna, la vida que es exclusiva propiedad de Dios. El Verbo, que estaba con Dios y que era Dios, poseía esa vida. La vida física es algo que ha recibido cada individuo. No es eterna ni inmortal, pues la toma de nuevo Dios, el Dador de la vida. El hombre no tiene control sobre su vida. Pero la vida de Cristo no era prestada. Nadie puede arrebatarle esa vida. “Yo de mí mismo la pongo”, dijo. “En él estaba la vida”: original, no prestada, no derivada de otro. Esa vida no es inherente al hombre. Sólo puede poseerla por medio de Cristo. No puede ganarla; le es dada como una dádiva gratuita si quiere creer en Cristo como su Salvador personal. “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17: 3). Esta es la fuente de vida abierta para el mundo (ST 13-2-1912).
12-13.
Ver EGW com. 2 Cor. 5: 17.
14 (Fil. 2: 6-8; Col. 1: 26-27; 2: 9; Heb. 1: 3; 2: 14-18; ver EGW com. Luc. 2: 40, 52). La encarnación, un misterio insondable.-
Cuando se contempla la encarnación de Cristo en la humanidad, quedamos desconcertados ante un misterio insondable que la mente humana no puede comprender. Mientras más reflexionamos en él, más admirable nos parece. ¡Cuán amplio es el contraste entre la divinidad de Cristo y el desvalido niñito del establo de Belén! ¿Cómo podemos salvar la distancia que hay entre el poderoso Dios y un niño desvalido? Y sin embargo el Creador de mundos, Aquel en quien estaba la plenitud de la Deidad corporalmente, se manifestó en el niño indefenso del establo. ¡Mucho más encumbrado que cualquiera de los ángeles, igual con el Padre en dignidad y gloria, y sin embargo llevando la vestidura de la humanidad! La divinidad y la humanidad fueron misteriosamente combinadas, y el hombre y Dios se volvieron uno. Es en esta unión donde encontramos la esperanza de nuestra raza caída. Contemplando a Cristo en la humanidad contemplamos a Dios, y vemos en él el resplandor de su gloria, la misma imagen de su sustancia (ST 30-7-1896).